viernes, 27 de noviembre de 2009

Líneas brownoideas


Nos íbamos, nos vamos, nos fuimos, y sin embargo el movimiento brownoideo, las casualidades, los hilos transparentes que nos sujetan, las figuras que se forman en el aire, los sueños, la lluvia, la música. Nos fuimos, ya no estamos, y sin embargo tantas cosas, tantas formas que ni un nombre poseen, que al momento de pensarlas se evaporan, se disipan o se van, como nosotros. No estamos, nos hemos ido, nos esfumamos, y sin embargo…

jueves, 19 de noviembre de 2009

lunes, 16 de noviembre de 2009

Llanto obligado (ante una fuente de roma)

hay cosas que no comprendo
sino llorando
ríos de sangre por cierto
pero en sus manos un vaso de agua
y entre sus ojos un ruido atroz
de vidrios rotos
además caminaba ¿recuerdas?
caminaba todavía
cuando murió
es decir que se iba
naturalmente
que abandonaba
la mantequilla
que no volvía
más nunca
que su vestido
estaba vacío
que no veía
que no escuchaba
sino tambores
que conocía
que padecía
que describía
el desastre.

Jorge Eduardo Eielson

domingo, 15 de noviembre de 2009

Bonobo

Libro del desasogiego

Cuanto más avanzamos en la vida, más nos convencemos de dos verdades que sin embargo se contradicen. La primera es que, ante la realidad de la vida, suenan pálidas todas las ficciones de la literatura y el arte. Producen, es cierto, un placer más noble que los de la vida; pero son como los sueños, en los que experimentamos sentimientos que en la vida no se experimentan, y se conjugan formas que en la vida no se encuentran; son, a pesar de todo, sueños, de los que se despierta, que no constituyen memorias ni nostalgias con las que vivamos después una segunda vida.
La segunda es que, siendo deseo de toda alma noble el recorrer la vida por entero, tener experiencia de todas las cosas, de todos los lugares y de todos los sentimientos vividos, y siendo esto imposible, la vida sólo subjetivamente puede ser vivida por entero, sólo negada puede ser vivida en su substancia total. Estas dos verdades son irreductibles la una a la otra.
El sabio se abstendrá de querer conjugarlas, y se abstendrá también de repudiar una u otra. Tendrá sin embargo que seguir una, añorante de la que no sigue; o repudiar ambas, elevándose por cima de sí mismo en un nirvana personal.
Feliz quien no exige de la vida más de lo que ella espontáneamente le da, guiándose por el instinto de los gatos, que buscan el sol cuando hace sol, y cuando no hace sol el calor, donde quiera que esté.
Feliz quien abdica de su personalidad mediante la imaginación, y se deleita en la contemplación de las vidas ajenas, viviendo, no todas las impresiones, sino el espectáculo exterior de todas las impresiones.
Feliz, por fin, ese que abdica de todo y a quien, porque ha abdicado de todo, nada puede ser quitado ni disminuido.

Nada me satisface, nada me consuela, todo —haya sido o no— me sacia. No quiero tener al alma y no quiero abdicar de ella. Deseo lo que no deseo y abdico de lo que no tengo. No puedo ser nada sin todo: soy el puente entre lo que no tengo y lo que no quiero.


Fernando Pessoa

jueves, 12 de noviembre de 2009

lunes, 9 de noviembre de 2009

El aire

Estoy despierto, sí, estoy mirando
fríamente algunas cosas
que van dejando ya de ser secretas.
Están ahí, como los árboles
en el desnudo aire. Sí, estoy despierto.
Hasta la casa de mi infancia es de los otros:
la han pintado de un color chillón,
entran y salen por los cuartos de mi alma,
hablando de otro asunto. La luz invade el patio
de mis ocultas nadas. También miro
con deseo ese rostro que es ninguno
y que viene como un ave malherida
de los que sufren y sonríen.
¡Oh pueblo innumerable! Estoy despierto.
Estoy mirando el polvo bañado por la luz,
las tinieblas disueltas en el aire
cuando empieza a dibujarse la verdad:
el árbol, la alegría, el sacrificio.
Y sé que aún tengo más recuerdos en la sangre
de los que puedo recordar, y más olvido
del que puede olvidarse en este mundo.
Pero qué importa, al fin, si la mitad
de aquella vida se me desprende y cae,
si tanto sueño, al fin, ha despertado,
si no hay sitio que no me esté mirando
ni instante en que el azar no me visite.
Quiero ser como tú, ¡oh rostro de los pobres!,
misterio del dolor y la sonrisa, porque el aire,
el simple aire límpido y vacío,
llenará nuestras voces y esperanzas.

Cintio Vitier

Luz silenciosa

viernes, 6 de noviembre de 2009

Sin escenas, sin instantes cuadrados

Aunque hubo un tiempo en que estuve enferma del mal de Montano, ahora estoy sumida en una especie de desierto literario, de mal de la Gran Costumbre. Como, sueño y vivo en esta ciudad intraducible, vista en el sentido más recto y cabal de la existencia humana. Atrapada en este desierto literario, subo las dunas de lo real y transito entre la pobreza de lo imaginario. Ese cerro verde es un cerro verde, aquel mar interminable es el mar, simplemente el mar. No es posible desdoblarse, no hay imágenes ni palabras, no existe el mundo como lo conozco, como lo he visto alguna vez en las páginas de una novela de Calvino. Enjaulada en esta línea recta, enferma, casi fulminada de la Gran Costumbre, me arrastro entre estos hombres que ya han olvidado que están mutilados y que andan sin mundo, sin escenas, sin nada de que agarrarse.

lunes, 2 de noviembre de 2009

domingo, 1 de noviembre de 2009

...

Mientras los niños crecen y las horas nos hablan
tú, subterráneamente, lentamente, te apagas.
Lumbre enterrada y sola, pabilo de la sombra,
veta de horror para el que te escarba.

¡Es tan fácil decirte "padre mío"
y es tan difícil encontrarte, larva
de Dios, semilla de esperanza!
Quiero llorar a veces, y no quiero
llorar porque me pasas
como un derrumbe, porque pasas
como un viento tremendo, como un escalofrío
debajo de las sábanas,
como un gusano lento a lo largo del alma!

¡Si sólo se pudiera decir: "papá, cebolla,
polvo, cansancio, nada, nada, nada"!
¡Si con un trago te tragara!
¡Si con este dolor te apuñalara!
¡Si con este desvelo de memorias
-herida abierta, vómito de sangre-
te agarrara la cara!

Yo sé que tú ni yo,
ni un par de balbas,
ni un becerro de cobre, ni unas alas
sosteniendo la muerte, ni la espuma
en que naufraga el mar, ni -no-- las playas,
la arena, la sumisa piedra con viento y agua,
ni el árbol que es abuelo de su sombra,
ni nuestro sol, hijastro de sus ramas,
ni la fruta madura, incandescente,
ni la raíz de perlas y de escamas,
ni tu tío, ni tu chozno, ni tu hipo,
ni mi locura, y ni tus espaldas,
sabrán del tiempo obscuro que nos corre
desde las venas tibias a las canas.
(Tiempo vacío, ampolla de vinagre,
caracol recordando la resaca.)

He aquí que todo viene, todo pasa,
todo, todo se acaba.
¿Pero tú? ¿pero yo? ¿pero nosotros;
¿para qué levantamos la palabra?
¿de qué sirvió el amor?
¿cuál era la muralla
que detenía la muerte?

Jaime Sabines